Norman Borlaug nace en 1914 en Iowa, en el centro de Estados Unidos. Crece en una pequeña granja familiar. Se doctora en Genética y fitopatología, es decir, en el estudio de las causas y tratamientos de las enfermedades de las plantas.
Por Enrique Sánchez. 01 julio, 2024.En 1944 se embarca en un proyecto de la Fundación Rockefeller y el Gobierno mexicano para multiplicar, con los nuevos métodos agrícolas, la producción de trigo de México. Tras seis días de viaje en coche, llega a la capital del país. No sabe nada de español. No tiene laboratorio ni invernaderos ni tractores. Solo dos excavadoras rotas.
Visita las granjas de la zona. Chozas destartaladas, niños desnutridos, animales famélicos. Las casas no tienen electricidad ni agua corriente. Las mujeres caminan kilómetros hasta los pozos. El trigo se planta haciendo agujeros con palos, mientras los niños caminan detrás depositando semillas. Nadie usa fertilizantes. El suelo está vacío de nutrientes y un hongo parásito ,la roya del trigo, destruye parte de las cosechas.
Norman arma un equipo de agrónomos dispuestos a vestir como los granjeros y a ensuciarse las manos de tierra. Planta 100,000 semillas de trigo de 9,000 variedades americanas, cada una con su número, para ver cuáles resisten mejor los hongos. Y hace miles de cruzamientos, plantando dos cosechas anuales en dos regiones trigueras de México. Así podrá encontrar variedades de trigo el doble de rápido y comprobar que la planta se adapte a climas diferentes.
En 1950, las variedades de Norman, unidas al fertilizante, producen dos o tres veces más trigo que antes, pero él quiere más. Busca un trigo que crezca rápido, que resista los hongos y que tenga un tallo corto y fuerte para soportar muchas cabezas pesadas de grano. Escribe a universidades y plantadores de todo el mundo, y les pide variedades.
Recibe cada día sobres con semillas y planta 20,000 variedades diferentes. Al final, consigue un trigo prodigioso cruzando un trigo japonés enano con variedades mexicanas. En 1956, tras implantar a gran escala el trigo de Norman, México anuncia que tiene suficiente trigo para alimentar a todo el país.
Pero la hambruna se cierne sobre otros países. Norman ofrece a la FAO formar agrónomos de todo el mundo en México. En pocas semanas llegan aprendices de Pakistán, Egipto, Siria o Turquía. Los anima a ser rebeldes, con ciencia y tecnología. Regresan luego a sus países con nuevos conocimientos y semillas de trigo semienano.
En 1963 convence a la India y Pakistán de usar su variedad de trigo semienano, así como las técnicas modernas de agricultura. En 1968, gracias al trigo mexicano y los fertilizantes, la India produce entre 4 y 8 veces más trigo que antes. La cosecha es tan abundante que faltan personas para recogerla y lugares donde procesarla y guardarla. Utilizan mano de obra de prisioneros y escuelas para almacenar el trigo. La presidenta Indira Gandhi conmemora, con un sello, la revolución del trigo de 1968.
Un año después, el exdirector de la USAID, William Gaud, llama a esos logros “la Revolución verde”. La revolución de la ciencia moderna en la agricultura.
En 1970 le conceden a Borlaug el Nobel de la Paz. El científico indomable afirma que, el premio pertenece a un ejército de luchadores del hambre. Y continúa trabajando como voz y rostro de la Revolución verde.
Recibe críticas de algunos medioambientalistas, que cuestionan el impacto ecológico de los fertilizantes o insecticidas; pero lo cierto es que gracias a la Revolución verde la humanidad ha podido triplicar su producción de cereales y alimentar al doble de población, sin aumentar apenas la tierra dedicada al cultivo. Y por tanto ha preservado áreas inmensas de bosques, selvas y sabanas que, sin esa revolución, se hubieran tenido que sacrificar para la agricultura.
Norman sigue recibiendo honores y dedica el resto de su vida a la docencia y a ayudar, a través de fundaciones, a millones de granjeros de África, Asia y América Latina. Defiende que la comida “es el derecho moral de todos los nacidos en este mundo”, y que no puede haber paz y justicia si la gente pasa hambre.
Renunció a una vida cómoda para abrazar la aventura científica. Y viendo la penuria en que vivían tantas personas, decidió dedicar su vida a mejorar la de otros. Cruzó miles de variedades de trigo. Multiplicó las cosechas de decenas de países. Y salvó la vida de cientos de millones de personas. Así vivió Norman Borlaug, el susurrador del trigo, el héroe de los hambrientos, el padre de la Revolución verde.